sábado, 27 de octubre de 2012

Otro golpe al agro cruceño
Editorial del periódico El Deber 28 octubre 2012




Con la teatralidad característica de los actos públicos del Gobierno de Evo Morales Ayma, recientemente se promulgó la llamada “Ley de la Madre Tierra”, normativa que -aunque espera la reglamentación correspondiente- ha prohibido todo tipo de cultivo transgénico en el país. Llama la atención esta nueva restricción, la que ya está provocando justificada alarma en el sector agropecuario oriental, sector que una vez más recibe otro gratuito e inesperado golpe del oficialismo, pese a los constantes esfuerzos  del agro para garantizar mediante su producción la seguridad y soberanía alimentarias del Estado boliviano, aspectos que esta administración también manipula demagógicamente en sus discursos,  pero -está visto- solo de boca hacia fuera.

Por otro lado, mientras se habla sin cesar de la Madre Tierra, he aquí que en las estadísticas mundiales Bolivia aparece como el principal país deforestador de la cuenca amazónica. En paralelo, la expansión de los cultivos de coca -con la tolerancia oficial- ha traído consigo otro ciclo de devastación ecoambiental, el que ya afectó inclusive al territorio del Tipnis y otros parques naturales. El Gobierno predica, pero lamentablemente no practica.

Por información al alcance de todos, sabemos que los alimentos transgénicos son aquellos que incluyen en su composición algún ingrediente procedente de un gen de otra especie. Gracias a la biotecnología se pueden transferir genes  entre organismos para dotar al producto final de alguna cualidad especial de la que carecía anteriormente. Es así como las plantas transgénicas pueden resistir plagas, aguantar sequías e inclusive soportar la persistencia de algunos herbicidas. Muchas modalidades de transgénicos están autorizadas, aunque otras tienen restricciones.

Los transgénicos, desde su nacimiento, han suscitado mucha polémica. Para los seguidores del grupo  Greenpeace, los transgénicos incrementan el uso de tóxicos en la agricultura y la pérdida de biodiversidad, entre otras presuntas calamidades. Para los que apoyan a los transgénicos, se trata del progreso, de la aplicación de la ciencia en la producción agropecuaria, del logro de mayor calidad optimizando cultivos con variedades más resistentes, etc. Un reputado bioquímico de fama mundial, el español Francisco García Olmedo, asegura que “los transgénicos son la mayor innovación en producción de alimentos que se ha hecho en los últimos 25 años y no ha habido un solo incidente adverso ni para la salud humana ni para el medioambiente”.

Lo correcto -en todos los casos- es no parar el proceso tecnológico, pero sí regularlo y controlarlo sin restringirlo expresamente. Prohibir los transgénicos en Bolivia creará más problemas que ventajas, máxime si en la realidad en el país ya  existe una cuota considerable de transgénicos en uso cotidiano. Es más, en varias regiones del mundo es común etiquetar los productos, para que el consumidor sepa a qué atenerse con respecto a un cultivo transgénico o no transgénico. De ahí a prohibir en forma absoluta hay un enorme paso.

Dicen que la reglamentación de la controvertida nueva disposición  pondrá las cosas en su sitio. Veremos. El daño está hecho. Bien se pudo consultar y concertar con los sectores productivos la ley en lugar de proceder unilateralmente al calor de entusiasmos ecologistas importados que rozan con el extremismo en la materia.

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